sábado, 21 de febrero de 2009

Crimen por castigo


Durante las últimas semanas, mi ciudad -Sevilla- ha estado (y está) conmocionada por la truculenta muerte de una joven llamada Marta; Marta es uno de mis nombres de mujer favoritos (aunque, desgraciadamente, ya siempre me recordará a esta tragedia). Todavía una no puede explicarse cómo suceden estos terribles actos que nunca debieron tener lugar. La razón es demasiado profunda y compleja. Un peligroso circo mediático parece que ha aterrizado sobre la habitualmente tranquila capital andaluza, haciendo que sus habitantes asistamos a una representación demasiado real del Otelo de Shakespeare o Crimen y castigo de Dostoievski.

Una chica con cara de niña atraída por el chico oscuro, maltratado por la vida, por ése que un día será su implacable verdugo. En toda cuestión de violencia, los implicados directamente sólo son una pieza más de un puzle gigante. Miguel, el joven de 20 años que acabó con la vida de Marta del Castillo a golpe de un cenicero, según lo contado a la Policía, es un hijo más de esas familias rotas que inducen a sus vástagos en el círculo maligno de los daños físicos y psicológicos. Y qué puede ofrecer una persona que no ha visto más que malos tratos sino esto mismo. No le podemos pedir peras a un olmo, dice un refrán popular. Y es cierto. La desgracia es que quiénes paguen esta frustración sean personas inocentes como Marta, una preciosa chica que tenía toda la vida por delante y a la que Sevilla nunca podrá olvidar.

La moraleja que saco de todo esto es que los padres deberían educar a sus hijos en el ambiente del amor, la confianza y la tranquilidad, pues el sembrador recoge lo que siembra. En esta sociedad tan adelantada lo que hace falta es, además del Nuevo Orden Mundial que nos enseñan en colegios y facultades, una Nueva Ética Mundial basada en el respeto y el cariño.

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